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El pacto entre la Muerte y el adivinador.

La habilidad de Orunmila con el tablero aumentó con el tiempo, hasta que su fama como adivinador se hizo legendaria. Las personas llegaban de todas partes del mundo para consultarlo a él y sus sacerdotes, los babalawos. Las conchas de cauri siguieron siendo leídas por Obatalá y los otros orishas, pero había un punto en la lectura en que el adivinador no podía continuar. En ese punto era forzado consultar el tablero de lfá. Incluso la misma Yemayá tuvo que acudir a su anterior marido más de una ocasión. La primera vez se dirigió a él con gran recelo, pero él la recibió tan afablemente, que ella pronto se relajó en su presencia. Pronto se dio cuenta que aunque la relación que tenían se había acabado, podía ahora florecer una nueva amistad. No era lo que quería, pero era algo.

Orunmila continuó trabajando con el oráculo, y sus sacerdotes y partidarios siguieron aumentando. Diariamente cientos de personas llegaban a consulta, y muchas debían ser despachadas por falta de tiempo. Luego, repentina e inexplicablemente, el número de consultantes disminuyó. Incluso los babalawos empezaron a reducirse. Preocupado por las perspectivas de su trabajo, Orunmila consultó su oráculo. La respuesta que recibió lo llenó de consternación. La tabla le informó que Ikú —la muerte— había decidido tomar posesión de la tierra, y para ese fin estaba matando a todo el que veía. Orunmila, siendo un orisha y por consiguiente inmortal, no tenía razón para preocuparse. Pero sus sacerdotes —los babalawos— y la gran mayoría de sus clientes eran seres humanos corrientes. Si algo no se hacía pronto, Orunmila perdería no sólo sus sacerdotes, sino también la mayor parte de la clientela.

Después de considerar el asunto, Orunla pensó en una solución al problema. Sin meditarlo mas, envió un mensaje a Ikú, diciéndole que quería hablar con ella. La Muerte, adulada por la atención de Orunmila, envió de regreso al adivinador la noticia de que pronto le haría una visita. Y cumpliendo su palabra, llegó a la casa de él en el bosque, vestida con luto de viuda y apoyada en su guadaña.

Después que se intercambiaron las usuales cortesías, Orunmila le pidió a Ikú que se sentara y tomara refrescos.

"De veras luces agotada, querida dama", dijo él ansiosamente.

"No debes hacer esfuerzos excesivos. Tu trabajo, a diferencia del de los otros, puede ser hecho a tu conveniencia. Después de todo", agregó con una sonrisa discreta, "nadie puede hacerlo aparte de ti?

"Eso es cierto, mi señor", respondió Ikú, arreglándose sus huesos en la que ella consideraba su pose más seductora. "Pero como tú muy bien lo sabes, ser el jefe de uno mismo tiene sus desventajas. Uno tiende a presionarse demasiado".

"¡Puedo ofrecerte algo para reponer tu fuerza?", preguntó Orunmila con una galante reverencia.

"Gracias, mi señor, pero no como ni bebo", respondió Ikú con una sonrisa juvenil. "No sabría dónde ponerlo", agregó riéndose tontamente.

"Realmente no lo necesitas", respondió Orunmila suavemente.

"Tienes la forma más encantadora. Sería una pena si la pierdes. Pero si no te vas a alimentar, al menos descansa un rato. Si lo deseas, mi propia alcoba está a tu disposición".

Ikú miró al atractivo Orunmila con ojos libidinosos. "Tu propia alcoba, mi señor", dijo ella con una sonrisa seductora. "¿Eso también incluye tu cama?"

"Por supuesto", dijo Orunmila. "Permíteme llevarte". La tomó suavemente del brazo y la condujo a su dormitorio. Siendo soltero y cazador, Orunla no había tenido problema en convertir su alcoba en una vitrina de exposición. Su cama era una gran pila de pieles de animales arreglada cómodamente en un rincón, y en la habitación había pocas cosas más aparte de algunos trofeos de cacería. Pero Ikú hizo un gran show de lo deliciosamente íntimo y masculino que era el lugar. Orunla simplemente sonrió e hizo todos los esfuerzos para hacer que la muerte estuviera tan cómoda como un montón de huesos podían estar.

"Y qué hay de ti, mi señor?", dijo Ikú con una sonrisa de frescura. "¿No te gustaría reposar a mi lado?" "Me encantaría, mi señora", dijo Orunmila, "pero tengo varias cosas apremiantes que hacer. Sin embargo, regresaré tan pronto como pueda, y luego podemos descansar juntos".

"¡Qué prometedor!", dijo Ikú, golpeando sus huesos emocionada. "Te estaré esperando con ansias".

"Me honras, querida dama", dijo Orunla, mirándola con ojos de admiración. "Pero espero que descanses mientras no estoy. El descanso hace maravillas para la belleza de una mujer".

Inmediatamente Ikú se acostó sobre las pieles y cerró los ojos.

"¡Qué tierno y considerado eres!", dijo ella. "Haré lo que digas y espero que me despiertes con una caricia.”

Para el momento en que Orunmila llegó a la puerta de la habitación, ella ya estaba roncando. Él no perdió tiempo. Tan pronto como salió de la alcoba buscó la guadaña de Ikú, y cuando la encontró la llevó a la parte trasera de la casa para esconderla bajo un montón de troncos. Luego tomó sus implementos de cacería y pasó toda la noche cazando en el bosque.

Casi era mediodía cuando Orunmila regresó a su ilé. Tenía las manos vacías y se sentía un poco frustrado. En su prisa por alejarse de Ikú, había olvidado que siempre que ella estaba descansando nadie podía morir. Al principio pensó que tenía una inusual mala suerte al tratar de localizar y capturar su presa. Pero cuando vio que una de las flechas atravesó el cuello de un ciervo y el animal la sacudió como si hubiera sido una espiga de trigo, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. En ese momento el Sol estaba en lo alto, y era tiempo de regresar a casa.

Cuando Orunmila entró al ilé encontró la muerte sentada en un rincón, enojada y haciendo pucheros.

"Mi señor", exclamó indignada tan pronto como vio a Orunmila.

"¿Esta es la galante forma de tratar a tus huéspedes femeninas? Dejándolas dormir solas toda la noche en tu casa mientras te vas para quién sabe dónde".

"Mil excusas, querida dama", dijo Orunmila. "Pasé toda la noche en el bosque buscando cazar algo, y olvidé que la cacería es una actividad inútil mientras tú descansas. "Me excuso si te quedé mal; no fue mi intención".

Ikú estaba demasiado enojada para escuchar pretextos.

"Tu reputación parece exagerada", dijo ella, parándose. "Se supone que alguien tan sabio como tú nunca debería olvidar algo, especialmente cómo tratar a una mujer que tiene los poderes que poseo. Esos errores pueden esperarse de mortales comunes, no de orishas, particularmente si se trata del sabio y siempre conocedor Orunmila, dueño de la tabla de Ifá".

Orunmila tuvo la gracia de ruborizarse.

"Aunque Ifá puede fallar y no percibir cosas, mi señora'", dijo el firmemente, "sólo Olofi es siempre conocedor".

Ikú recogió su vestimenta negra a su alrededor y enderezó sus descarnados hombros.

"No tengo más tiempo que perder, mi señor", dijo ella. "Debo regresar a mi trabajo. Por favor trae la guadaña que dejé junto a la puerta y dámela para poder quitarte de mi presencia".

"Me temo que eso es imposible", dijo Orunmila con una fría sonrisa. "Si deseas marcharte no puedo detenerte, pero la guadaña se queda conmigo".

Ikú lo miró con una sonrisa desdeñosa.

"Ya veo", dijo ella sarcásticamente, "esto ha sido una farsa desde el principio. Toda tu galantería e interés por mi bienestar, era sólo un vil plan para despojarme de la guadaña. ¿Cuál es tu juego?

¿Estás cansado de adivinar y quieres tomar mi lugar?"

"Nadie desearía tomar tu lugar, Ikú", dijo Orunmila con tristeza.

"La tuya es la más odiosa e ingrata de todas las ocupaciones". "Estás mintiendo', gritó la muerte con enojo. "Soy respetada y admirada por todos. Mi posición es exaltada y envidiable. Mi poder es asombroso. Podría destruir toda la vida sobre la tierra con un simple barrido de mi guadaña".

"¿Y piensas que eso es envidiable?", dijo Orunmila. "¿De veras crees que la gente te respeta y admira? Estás equivocada, Ikú. Lo que incitas en todos no es respeto ni admiración, sino miedo y odio. El tuyo es el poder que le quita un niño a su amorosa madre, el fétido aliento que marchita una rosa en flor, un ave en vuelo, las hojas en los árboles. Es un poder que ahoga el grito de triunfo de un guerrero, que cubre la tierra con un manto de tristeza y desesperación. No, Ikú; no envidio tu poder ni tampoco tengo respeto o admiración por tu trabajo".

Los hombros de Ikú se aflojaron visiblemente bajo sus sombrías prendas. "Tienes razón", dijo tristemente. "Siempre lo he sabido. Trato de mantener la pretensión de que mi trabajo es respetado y recibo el reconocimiento que creo merecer. Pero puedo percibir el odio y el miedo que me rodea. Algunos días siento que ya no puedo continuar. Por eso he decidido tomar posesión de la tierra y destruir todo a mi paso. Cuando no existan cosas vivas ya no seré temida. Mi horrible trabajo ya no será necesario".

"¿Y crees que esa es la respuesta?", preguntó Orunmila amablemente. "¿Hay alguna otra?", dijo Ikú amargamente. "Mi trabajo puede no ser agradable, pero es vital para la evolución natural y humana. Sí es cierto que a veces separo niños de sus madres, también suelo aliviar el dolor de los enfermos terminales, y remuevo las cosas que están desgastadas y hace mucho tiempo han perdido el deseo de vivir. Elimino lo malo del pasado para dar vía a la esperanza del futuro y la realidad del presente. Seguramente eso debe tener algún valor".

"Y lo tiene", dijo Orunmila con una noble sonrisa. "Pero a los vivos no les gusta recordar la brevedad de sus días sobre la tierra.

Tampoco quieren ser separados de los seres amados. Por eso es que tu trabajo es ingrato, aún siendo necesario para la evolución.

Olofi te creó para un propósito. En su infinita sabiduría sabía que sólo tú podrías hacer esta dura tarea. Pero debes recordar que estás más allá de culpa o alabanza. Tampoco debería tocarte el respeto ni el odio de los vivos. Acepta tu destino y deber con estoica resignación. Por encima de todo, no abuses de tu poder.

Quienes lo hacen, rápidamente lo pierden".

"Entonces, ¿qué debería hacer?", preguntó la muerte.

"Sólo haz tu trabajo", respondió Orunmila. "Detén esta violenta arremetida que está causando terror y destrucción, y simplemente toma lo que Olofi ha ordenado. Te devolveré la guadaña ahora mismo si prometes hacer eso".

"Así será", dijo Ikú, parándose una vez más. "Tengo mucho que agradecerte, Ifá; me has mostrado mi verdadero camino. Supongo que tu reputación no era exagerada después de todo".

"Las reputaciones son fachadas, Ikú", dijo Orunmila seriamente.

"Cualquiera puede ocultarse detrás de ellas. Lo que realmente importa son las acciones".

El se dirigió al patio detrás de la casa y regresó con la guadaña. "¡Toma!", dijo, pasándola a Ikú. "Úsala sabiamente y nunca muy pronto".

"¿Hay algo que pueda hacer para demostrarte mi aprecio, Ifá?", dijo la muerte con una sonrisa.

Orunmila la miró por unos minutos y repentinamente dijo que sí con la cabeza. "Hay algo", dijo. "Sabes que mis colores son el verde y el amarillo. En realidad, representan mi bandera. Me gustaría que alargues la vida de quien use un idé (un brazalete) hecho con cuentas verdes y amarillas. Cuando encuentres uno de estos individuos sabrás que es uno de mis sacerdotes o seguidores".

"Pero no puedo alargar la vida de alguien indefinidamente, Ifá", dijo Ikú. "Ni siquiera por ti".

"Lo sé", dijo Orunmila. "Cuando encuentres a alguien que esté usando el idé y quieras llevártelo, ven a verme y acordaremos si puedo o no dejar que te lo lleves. Cada vez que encuentres una de estas personas debes regresar a mí hasta que yo te diga si es tiempo de que te acompañe. A algunos los tomarás inmediatamente, pero con otros debes esperar mucho tiempo".

"Eso puede requerir que nos veamos muy a menudo, Ifa", dijo la muerte retornando a su coqueteo. "¿Te molestaría mucho eso?"

"Por el contrario", dijo Orunmila. "Sería un gran placer".

El pacto ratificado entre Orunmila y la muerte fue tan exitoso, que hasta el día de hoy los sacerdotes y seguidores de Orunmila usan un idé de cuentas verdes y amarillas alrededor de la muñeca para mantener lejos a Ikú.

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