“Me veía en una selva tropical. Escuchaba el sonido del agua que caía desde unos seis metros de altura y sentía la necesidad de sumergirme en la piscina debajo de la cascada. No estaba solo, había una mujer a mi lado que sentía muy íntima, como una recién esposa que no quería despegarse de mí y su cercanía me hacía sentir como en casa. Entré en el agua, fui hasta debajo de la cascada, nadaba y me sentía bien. La luz que pasaba a través de los árboles era mágica, como en un lugar encantado del que no quería salir jamás. Comencé a caminar sobre las rocas sedimentarias y a mojar mis pies. La gente comenzó a llegar y no me daban fastidio, debía estar atento a que no les pasara nada, para algo era el guardián del río. Me sumergí nuevamente en las aguas y cuando salí a la superficie estaba en otra zona del río donde el agua no corría, como si no llegara suficientemente corriente para impulsar el movimiento del río. Ahí también las personas se bañaban y conversaban entre ellos. Les dije que h
La Charada Cubana y los Orichas de la Santeria Afrocubana. La cubanía en todo su esplendor